No sabía si llorar de rabia, de angustia o desesperación, así que, aunque quería llorar más que nunca, no lo hizo y menos delante de él. Le hubiera encantado sollozar, gritar hasta romperle el corazón en mil pedazos. De este modo él la abrazaría con fuerza, como tantas otra veces. Sin embargo, aunque eso fuera lo que más deseaba, nunca lo hizo. Era demasiado orgullosa, no quería que nadie la retuviera por pena... sería demasiado humillante. Con todo el valor que pudo reunir aceptó su derrota -quizá no llegue a aceptarla nunca- e intentó seguir su camino a pesar de todo aquel dolor. Aquel dolor que le impedía olvidar, aquel dolor que le hacía recordar más que nunca que volvía a estar sola.